De guía a guía (cuento de turismo)

Los guías de turistas pueden contar muchas historias y recordar a muchos turistas; entre ellos, a algunos que se quedan no solamente en la memoria.

Despertó con la campanilla del reloj y apagó también el otro reloj marcado para sonar cinco minutos después del primero (era su sistema de respaldo para nunca dormirse y no atrasarse en ningún servicio). Se levantó con el frío de la madrugada y sin más luces que las pocas estrellas que se veían en un amanecer nublado, tomó un café y salió. Los vuelos de Europa llegaban a la misma hora, antes de que la ciudad despertara. El transporte asignado lo recogió en pleno centro y junto al conductor se dirigieron al aeropuerto.

No hubo ninguna novedad hasta que los pasajeros salieron por la zona internacional. El guía levantó un cartel mal hecho donde se leía el apellido de la familia que esperaba. Fue suficiente para que un hombre de baja estatura y calvo, con anteojos negros y gruesos, le regalara una sonrisa de alivio pues como se le había ofrecido, el guía de turismo estaría esperando. Luego se presentaron como la familia Galli: el señor de los lentes gruesos, la esposa con una gran cabellera como si parte de ella hubiera sido robada de la cabeza del marido, el hijo que desde muy joven ya había heredado los lentes del padre y la hija de los ojos verdes.

Hasta llegar al hotel todo siguió el guion que ya había repetido cientos de veces. Lo último fue acordar la hora para el primer paseo de la mañana siguiente. Al despedirse de todos ellos pensó que en el aire flotaba una sensación particular que se esfumó pronto porque había otro servicio que su agencia de viajes había programado con otros turistas.

A la mañana siguiente y mucho antes de la hora pactada, el guía ya se movía relajadamente en la gran sala de visitantes de un lujoso hotel capitalino. Su mirada se disparaba sin motivo y sin dirección posándose a veces en un cuadro, un arreglo floral enorme al centro de la sala, los trajes elegantes de los botones y el brillo del mármol que decoraba los pisos.

De pronto, sintió el impacto de una mirada que lo dejó sin palabra por unos segundos. Los ojos verdes acompañados por una sonrisa blanca lo saludaban primero sin decir palabra pero luego el saludo fue con el Ciao! apropiado que fue pronunciado entre unos labios finos y la dentadura perlada de la muchacha. Los demás estaban terminando el desayuno y no demorarían mucho. Las piernas de él no sabían cómo pararse. Las manos no encontraban refugio ni en la chaqueta ni en los pantalones y apenas atinó a pasar la diestra por el cabello como queriendo mejorar su apariencia mientras ella no dejaba de sonreírle.

Ella tomó la iniciativa para comenzar el habitual bombardeo de preguntas de quien llega a un país muy diferente y quiere saber todo pues mucho tiempo no hay. El tiempo de vacaciones parece que avanza al doble de velocidad que el de la vida cotidiana y tres veces más rápido que el de la vida laboral.

Cuando apenas comenzaban a sentirse ambos a gusto, la familia llegó saludando con hermosas sonrisas que se asemejaban a las de la propia familia o a la de amigos de toda la vida. Todos juntos partieron a conocer la ciudad, sus museos, sus edificios emblemáticos, sus tiendas de artesanía y al finalizar y ante la solicitud de un buen lugar para comer, abandonaron juntos el bus y caminaron a lo largo de la avenida principal. Lideraban los padres y por detrás los hijos. El trajín y apuro del mediodía no impedía que muchas miradas hicieran torcer el cuello de muchos hombres al pasar delante de la muchacha de los ojos verdes que carente de maquillaje, ropa elegante y sin adornos femeninos, solamente sonreía sintiéndose diferente. El guía llegó con ellos a la puerta del restaurante para despedirse avisando que debía trabajar en la tarde y se excusaba de la invitación que le hacían para almorzar juntos. Luego de la despedida, la sensación diferente que antes flotaba en el aire, lo acompañó más cuadras de lo esperado.

Un día más con ellos. Hicieron un paseo muy largo visitando las afueras de la ciudad y disfrutando de la naturaleza en la plenitud de las montañas, los valles, los ríos y campos de cultivo. Ese paseo significaba también la despedida porque al día siguiente otro guía de turismo había sigo asignado para acompañarlos en un viaje lacustre y acompañamiento a la frontera desde donde viajarían por otro país. Al unísono se negaron a cambiar de guía, en especial ella. Había que reportar el incidente y la agencia de viajes no tuvo el menor reparo con reasignar nuevamente el servicio y dejar a la familia Galli con su guía y él se sintió más que encantado porque eso es siempre un halago profesional.

Ahora sí. El siguiente día representaba el último viaje y duró las horas que dura una borrachera de risas y galanteos que entre el guía  y la muchacha de ojos verdes se permitían muy discretamente hasta que, en una bendita hora, los padres se quedaron en la cabina del barco y el hijo los quiso acompañar.

El sol bañó la rubia caballera de la muchacha, un lago que parecía un mar azul le regaló el fondo propio de una pintura magnífica y la escena se completó con la mirada alegre de los ojos verdes que proyectaban su luz sobre el rostro del guía quien se había prometido ser en todo momento muy profesional. Esa decisión, le costaba los impulsos más sinceros para al menos acercarse a la muchacha y decirle algo bonito. Y fue fuerte, se comportó y conservó intacta la ética hasta que las dos manos chocaron sobre la baranda de la cubierta del barco. Esos dedos que apenas se rozaban no quisieron despegarse haciéndose los desentendidos más allá de un calor volcánico que se expandía por los cuerpos empezando en los pies y subiendo hasta la coronilla. No duró más ni hubo más. La frontera llegó, los retorció y les mandó a decirse un último Ciao.

Él pensó que la última página de su libro de verano se había volteado y que vendrían otros capítulos tan buenos como los que siempre tuvo en el trabajo que más amaba. Hasta que, un día sonó el teléfono y bastó un Ciao para saber que ella también sintió la amargura del adiós, la duda de saber si habían sentido lo mismo cuando estuvieron juntos y si por un toque mágico un día se podrían reencontrar.

Me han dicho que, hace poco en Roma, vieron a una muchacha de cabellos dorados, ojos verdes y dentadura perlada mostrando edificios, monumentos y paseos a un chico que parece ciego porque no mira lo que ella le muestra sino que no le quita la mirada y ella le sonríe porque ahora, ella es su guía y él su… 

Luis Carlos Palazuelos: 🇧🇴 Profesional en turismo hace treinta y seis años. Formación en Derecho y Maestría en Turismo; soy conservacionista y escritor entre otras cosas que me apasionan y me complementan.
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