Nací y pasé mi infancia en las Islas Canarias, que -por si no lo saben- constituyen un atractivo turístico para numerosos extranjeros, sobre todo británicos y alemanes. No obstante, según los últimos datos, se ha registrado un descenso en la llegada de visitantes procedentes de estos países emisores.
Según un diario nacional, los destinos españoles de sol y playa generaron una derrama de 133,240 millones de euros en 2024, lo que supone un incremento del 23% respecto a 2019 y representa, a su vez, el 64.1% del PIB turístico nacional. Cabe señalar que este tipo de turismo es un motor crucial para la economía de mi país, pero… ¿A qué precio?
Como diplomada en turismo, siempre me ha interesado todo lo relacionado con el sector, especialmente las formas de mejorar la calidad de los servicios y de las infraestructuras. Sin embargo, en los últimos años estamos permitiendo ciertos comportamientos que provocan la degradación de algunas zonas, como es el caso tanto de las islas Canarias como de las Baleares. Y no solo eso: aún queda mucho por hacer en lo relativo a las condiciones laborales en hostelería y restauración.
¿Se podría apostar por un turismo más ético? Supuestamente, existen medidas y soluciones en marcha. Diversas iniciativas se están llevando a cabo, según distintas fuentes, para mitigar los impactos negativos. Algunas de estas son: Plan Turismo Litoral 2030 (modernización y diversificación de la oferta turística promoviendo la sostenibilidad y la calidad en los destinos), regulación de pisos turísticos (uno de los mayores problemas en la actualidad) y protección de zonas rurales (medidas para proteger espacios naturales).
El crecimiento de las viviendas de uso turístico ha sido notable en el último año, alcanzando un total de 351,389 apartamentos en España. Esta proliferación supone una amenaza, ya que contribuye al encarecimiento de la vivienda y a la escasez de alquileres residenciales, lo que afecta directamente a la calidad de vida de los residentes locales.
Todo lo anterior ha generado -y sigue generando- tensiones sociales, ya que no parece haber ninguna solución que beneficie al turismo como a la ciudadanía al mismo tiempo. Por otro lado, esto también afecta al turismo internacional: según medios extranjeros, muchos visitantes habituales optarían por otros destinos al sentirse rechazados.
Aunque mi lugar de residencia haya sido Madrid durante los últimos años, no puedo evitar que este tema me afecte como isleña, pues soy consciente del daño que el turismo de masas está causando a las zonas naturales y al medioambiente. Para afrontar estos desafíos, se están implementando estrategias para garantizar la conservación ecológica y la restauración de ecosistemas degradados.
Volviendo a la pregunta inicial, es innegable que vivimos en gran parte del turismo. Sin embargo, debemos buscar un equilibrio que permita la coexistencia entre sostenibilidad y crecimiento económico, con el fin de asegurar la calidad de vida de los residentes locales y la protección del entorno rural. Las medidas actuales resultan atractivas sobre el papel, pero quizás esto sea un punto de inflexión que nos haga entender que los años sesenta quedaron atrás y que igual, ante la ausencia de ética, deberíamos apostar también por otros sectores con potencial para generar riqueza.