San Gregorio Armeno: el Belén que enamora a Nápoles y al mundo

Puesto de figuras artesanales en la calle San Gregorio Armeno en el centro histórico de Nápoles, Italia / Foto de Rogelio Martínez

En Nápoles, la Navidad no empieza con un interruptor de luces en una avenida comercial ni con una canción repetida en los altavoces. Empieza con barro en las manos, con olor a corcho recién tallado y con el murmullo de los talleres que se alinean en una calle estrecha del centro histórico. Quien llega a San Gregorio Armeno descubre que el Belén —el presepe— no es un objeto decorativo más, sino una manera de explicar el mundo. En un mismo paisaje en miniatura caben la fe, el humor, la memoria familiar y la vida cotidiana de una ciudad que nunca ha sabido ser silenciosa.

Esta práctica artesanal, además de patrimonio vivo, se ha convertido en un motor turístico de primer orden. En un contexto de crecimiento acelerado de los flujos hacia la ciudad, con un aumento de llegadas de aproximadamente 15% de 2023 a 2024 según reportes recientes, y con cifras en torno a 14 millones de presencias turísticas en 2024 en la provincia de Nápoles de acuerdo con análisis basados en datos Istat/TCI, el presepe funciona como imán estacional y, cada vez más, como experiencia cultural disponible todo el año.

El atractivo no se reduce a «ver» Belenes. La experiencia es sensorial, narrativa y profundamente identitaria: caminar por la calle de los artesanos es entrar en un taller colectivo donde el visitante percibe que el patrimonio inmaterial no vive en abstracto, sino en los ritmos del trabajo, en los detalles de un pincel y en un diálogo continuo entre tradición y presente.

Calle San Gregorio Armeno / Foto de Rogelio Martínez

Historia y características de la tradición

El Belén napolitano hunde sus raíces en una historia larga que enlaza devoción, arte y sociedad urbana. Documentos del siglo XVI ya registran encargos de conjuntos con figuras en madera y terracota para espacios religiosos, como los realizados en 1558 y 1593, lo que sugiere una tradición que se estaba consolidando antes de su célebre expansión barroca.

Para el siglo XVII, el presepe napolitano adquiere una fisonomía propia y, en el XVIII, alcanza su edad de oro, impulsado por el ambiente cultural de la corte borbónica. Fuentes culturales destacan que su desarrollo floreció especialmente bajo el reinado de Carlo III de Borbone, cuando el Belén dejó de ser solo una práctica eclesiástica para convertirse también en una obra de prestigio social y artístico en ámbitos laicos.

¿En qué se distingue? En su capacidad de mezclar lo sagrado con lo profano sin perder devoción. A la escena de la Natividad se suman mercados, tabernas, oficios tradicionales y personajes de la vida diaria: panaderos, pescadores, músicos, vendedores ambulantes, nobles y mendigos. Es un teatro social en miniatura donde la ciudad se reconoce a sí misma. Esa mezcla es parte de su encanto turístico: el visitante entiende que está frente a una tradición religiosa, sí, pero también frente a una crónica visual de la identidad napolitana.

Centro histórico de Nápoles con adornos navideños / Foto de Rogelio Martínez

En lo técnico, el presepe es una lección de artesanía total. Las figuras tradicionales —los pastori— suelen tener cabezas y extremidades de terracota, con cuerpos articulados que permiten vestirlas con telas reales; las escenografías combinan corcho, madera, cartapesta, estuco y otros materiales para recrear arquitecturas, ruinas clásicas, calles abarrotadas o interiores domésticos. El famoso “scoglio” de grandes conjuntos históricos sintetiza esta complejidad material y escénica.

En el ámbito museal, el refinamiento llega incluso a la iluminación como recurso narrativo. La Sección Presepial del Museo Nacional de San Martino, considerada una de las principales referencias públicas de esta tradición, gira en torno al presepe Cuciniello, cuya puesta en escena incorpora un sistema lumínico que evoca el paso de la luz de alba a noche, reforzando la idea de que el Belén es un mundo vivo, sujeto al tiempo.

Preservación cultural y artesanía local

Si San Gregorio Armeno es hoy un símbolo internacional, no se debe solo a la belleza de sus vitrinas, sino a la continuidad social de sus talleres. En esta calle y su entorno conviven familias y maestros que han hecho del presepe un oficio heredado, aprendido en la práctica diaria. El conocimiento técnico —proporciones, pigmentos, anatomía en miniatura, composición escénica— se transmite junto con un saber cultural más fino: qué personajes “deben” estar, qué gestos cuentan una historia napolitana, cómo equilibrar reverencia y humor sin romper el sentido del conjunto.

Foto de Rogelio Martínez

La dimensión colectiva de esta herencia se ve con claridad en la organización de la Fiera Presepiale, coordinada por asociaciones artesanales locales. Estas redes ayudan a proteger la autoría, sostener proveedores, gestionar puestos y colaborar con planes de movilidad y seguridad ante la enorme afluencia de visitantes.

Al mismo tiempo, el respaldo institucional de los museos permite que la tradición se entienda más allá del souvenir. San Martino no solo exhibe el Cuciniello y otras colecciones relevantes, sino que contextualiza la evolución histórica del Belén napolitano y su excelencia entre los siglos XVIII y XIX. Esa mediación cultural es clave para que el turismo no reduzca el presepe a mercancía y, en cambio, reconozca su valor como patrimonio vivo.

Experiencias turísticas actuales

Para el viajero, el primer contacto suele ser sensorial. En diciembre, San Gregorio Armeno se llena de voces, cámaras, olor a barniz, a madera y a dulces de temporada. La Fiera de 2024 instaló decenas de casetas y, según los organizadores, esperaba alrededor de 900 mil visitantes, con un periodo de actividad que se extendía hasta inicios de enero. Estas magnitudes explican la implementación de sentidos peatonales y accesos controlados para mantener el flujo en una calle de escala íntima.

Pero limitar el presepe a la temporada navideña sería perder la mitad de su encanto. Muchos talleres trabajan durante todo el año y reciben a curiosos que buscan piezas pequeñas, encargan figuras personalizadas o desean observar el proceso artesanal. Esta continuidad encaja con un tipo de turismo urbano en expansión, más interesado en experiencias culturales específicas y en historias locales que en visitas relámpago.

Un itinerario ideal para comprender esta tradición combina tres capas:

  1. San Gregorio Armeno y los Decumani, para ver la artesanía viva y el pulso comercial y social de la calle.
  2. Iglesias del centro histórico, donde se montan Belenes monumentales que dialogan con la devoción popular.
  3. La Certosa y Museo de San Martino, para contemplar los grandes conjuntos históricos y entender el presepe como arte mayor.

En términos de impacto turístico, la lógica es clara: el presepe genera gasto directo en artesanía, pero también impulsa consumo en hospedaje, restauración, transporte local y visitas guiadas en temporada alta. En una ciudad que reporta cifras de presencias turísticas cercanas a 14 millones en 2024, esta tradición aporta un motivo concreto de viaje para el invierno y contribuye a diversificar la imagen de Nápoles más allá de sus íconos habituales.

La modernización es parte de este éxito. Los artesanos han incorporado figuras contemporáneas —de la cultura popular, el deporte o la política— sin renunciar a los códigos estéticos del presepe tradicional. Esta convivencia entre lo ancestral y lo actual no solo mantiene viva la demanda, sino que confirma algo esencial: la tradición napolitana no se conserva como reliquia inmóvil, sino como un lenguaje capaz de actualizarse sin perder autenticidad.

Los Belenes napolitanos son mucho más que una postal navideña. Son un archivo emocional en miniatura donde Nápoles se narra a sí misma: devota y burlona, barroca y cotidiana, ancestral y contemporánea. Su fuerza turística proviene tanto de la belleza de las piezas como del ecosistema humano que las produce: maestros que abren sus talleres, familias que protegen técnicas, asociaciones que organizan ferias, museos que contextualizan la memoria.

El desafío, como en tantos destinos patrimoniales, es equilibrar éxito y cuidado. Si la afluencia crece, deben fortalecerse la gestión de flujos, el apoyo a los artesanos y la educación del visitante. Un turismo cultural respetuoso se expresa en gestos sencillos: comprar piezas auténticas, evitar regateos agresivos que desvalorizan el trabajo manual, visitar los museos vinculados a la tradición y caminar el centro histórico con curiosidad y paciencia.

Visitar Nápoles en clave de presepe es entrar en una ciudad que se explica desde lo pequeño. Entre corchos, terracotas y luces diminutas, el viajero entiende que el patrimonio inmaterial no vive en vitrinas: vive en la calle, en la transmisión del oficio y en la capacidad de una comunidad para contar su identidad una y otra vez, cada invierno, con las manos.

Rogelio Martínez Cárdenas: 🇲🇽 Profesor investigador en la Universidad de Guadalajara, además de consultor certificado. Especializado en el estudio de la gestión de sitios de turismo religioso y patrimoniales. Miembro de diversos organismos científicos como el Comité Internacional de Lugares de Religión y Rituales y el Comité de Turismo Cultural ambos de ICOMOS, la Academia Mexicana de Investigación Turística, entre otros.
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