La Organización Mundial del Turismo (OMT) definió el turismo como: “Las actividades que realizan las personas durante sus viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual, por un período de tiempo consecutivo inferior a un año, con fines de ocio, negocios u otros motivos, sin intención de establecerse ni residir permanentemente en el lugar visitado”.
Aunque esta definición sigue vigente, la realidad del turismo ha evolucionado profundamente.
Hoy, en pleno 2025, el turismo no se reduce a una actividad de ocio o entretenimiento. Es una fuerza transformadora con impacto económico, social, cultural y ambiental. El viajero ya no solo busca descanso: busca bienestar, autenticidad y propósito.
Del consumo al compromiso
El turismo ha asumido nuevos roles. Es dinamizador de economías locales, impulsor de identidad y cultura viva, generador de empleo y puente entre realidades diversas. Pero, sobre todo, puede ser una herramienta de conservación si se gestiona con visión.
Turismo sostenible: más que una tendencia, una obligación
Según la OMT, el turismo sostenible es aquel que satisface las necesidades de los turistas actuales y de las regiones receptoras, protegiendo y fomentando las oportunidades para el futuro. Implica una gestión responsable de los recursos, la preservación del patrimonio natural y cultural, y la mejora del bienestar de las comunidades anfitrionas.
No se trata solo de minimizar impactos negativos, sino de maximizar beneficios compartidos.
Las nuevas generaciones lo exigen: prácticas ambientales responsables, inclusión social, trazabilidad, cero plásticos y respeto genuino por la identidad de los destinos. Lo que hace años era un “valor agregado”, hoy es el estándar mínimo para considerarse un destino competitivo.
El factor humano también evoluciona
Hoy ya no basta con tener “guías turísticos”. El nuevo perfil del profesional del turismo es el de un narrador cultural, un facilitador de experiencias auténticas, un gestor de emociones y aprendizajes.
Esta evolución exige competencias blandas como inteligencia emocional, empatía, liderazgo en campo y pensamiento estratégico, además de un compromiso ético y territorial.
¿Qué debemos hacer?
Primero, aceptar que el modelo tradicional de turismo masivo está en crisis. Ejemplos como Venecia, Barcelona o Machupicchu lo demuestran: el exceso de visitantes genera turismofobia, saturación de servicios, deterioro ambiental y pérdida de autenticidad.
Segundo, actuar con visión. No se trata de destruir lo anterior, sino de rediseñar el futuro del turismo con ética, innovación y propósito.
Esto implica:
- Diseñar experiencias profundas, regenerativas y responsables.
- Medir impactos reales con KPI’s (Indicadores Clave de Desempeño) sociales, económicos y ambientales.
- Establecer estándares y protocolos de calidad, seguridad y sostenibilidad.
- Profesionalizar el sector con enfoque internacional y visión de largo plazo.
- Implementar OKR’s estratégicos (Objectives and Key Results) para orientar acciones al logro de metas medibles y transformadoras.
El turismo especializado no puede ni debe ser masivo. Y aunque esto desafíe modelos económicos tradicionales, es el camino inevitable si queremos proteger el valor de nuestros territorios y preservar su autenticidad.
¿Estamos listos?
Esa es la gran pregunta. Porque el turismo del futuro no se construye con marketing vacío ni likes en redes sociales. Se construye con vivencias memorables, impacto positivo y decisiones responsables.
El turismo ya no es solo ocio. Es conservación, es identidad, es sostenibilidad. Y su futuro será tan sólido como lo sean nuestras decisiones hoy.
