Volcán TeideVista panorámica del volcán Teide / Foto de Marek Piwnicki en Unsplash

A raíz de mi anterior artículo, permítanme hoy hablarles del Teide, el imponente volcán situado en Tenerife, isla canaria que me vio nacer. Con sus 3715 metros sobre el nivel del mar, se alza majestuoso dentro del Parque Nacional del Teide, un espacio natural protegido y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2007. Este entorno único atrae cada año a millones de visitantes, lo que convierte al Teide no solo en un símbolo geológico, sino también en un importante motor turístico y económico para el archipiélago.

Hace unos días, mi amiga Laura —guía oficial certificada—, denunció públicamente, a través de la radio y las redes sociales, varias infracciones cometidas por los turistas: recolección de piedras, daños a la flora, uso de drones o circulación fuera de los senderos señalizados. Infracciones que, lejos de ser anecdóticas, reflejan una preocupante falta de respeto por el entorno natural.

Por eso, quiero sumarme a ese llamamiento colectivo para concienciar sobre la necesidad urgente de proteger este espacio privilegiado. Muchos visitantes —especialmente extranjeros— desconocen la normativa vigente, lo que evidencia una carencia tanto de información accesible como de personal capacitado para hacerla cumplir. Es fundamental que las normas se comuniquen no solo en el parque, sino también en aeropuertos, alojamientos y centros de información turística. De lo contrario, la desinformación se convierte en cómplice del deterioro ambiental.

Las autoridades competentes deben asumir su responsabilidad y actuar con diligencia. Recientemente tuvo lugar una manifestación en la que numerosos ciudadanos exigieron una mejor conservación de nuestras islas. Basta con visitar el parque para comprobar que la situación está lejos de ser ideal. Senderos erosionados, residuos dispersos, zonas sensibles alteradas y flora dañada son solo algunos de los efectos visibles de la presión turística. También preocupa el impacto en la fauna, cada vez más desplazada por la presencia humana.

No se trata de rechazar el turismo —fuente vital de ingresos—, sino de repensarlo. ¿Vale la pena permitir un acceso masivo y descontrolado a cambio de recaudar fondos, si eso supone la degradación del entorno? Apostemos por un turismo responsable, que valore sin destruir, que contemple sin invadir. Solo así será posible garantizar la conservación a largo plazo de este patrimonio natural, que no pertenece solo a los canarios, sino a todos.

Ojalá nuestras palabras contribuyan a generar conciencia. Porque el pueblo está alzando la voz… y el volcán podría hacerlo también. Aunque su última erupción fue en 1909, en 2004 se registró un episodio de agitación sísmica que alarmó a los expertos, al igual que en este mismo año. Se estima que el Teide ha entrado en erupción menos de veinte veces en los últimos doce mil años (datos que varían según la fuente consultada). ¿Y si, ante el abuso constante, respondiera como forma de protesta?

Como curiosidad final: ¿sabían que muchos volcanes canarios —Teide, Teneguía, Timanfaya, Taburiente…— empiezan por T porque sus nombres proceden del bereber? Los primeros habitantes del archipiélago hablaban esta lengua norteafricana en la que los prefijos ta, te, ti equivalen al artículo femenino (la, en español).

Las ocho islas Canarias merecen ser descubiertas, sí, pero también respetadas. A ser posible, sin despertar a nuestras montañas de fuego.

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Por María Cobo

🇪🇸Diplomada en Turismo. Traductora y profesora de lenguas extranjeras en más de diez centros educativos (colegios, institutos, universidad y centros culturales) tanto en España como en el extranjero durante los diez últimos años. Mi primer poemario será publicado este mes y también escribo columnas con un poso de reflexión.

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