Imagenes del Sitio de SarajevoFotografías que ilustran el periodo del Sitio de Sarajevo / Wikipedia

Durante el asedio de Sarajevo (1992–1996), en plena desintegración de Yugoslavia, circuló un relato tan perturbador como revelador: personas extranjeras, adineradas y en busca de emociones extremas, pagaban para observar —o incluso provocar— actos de violencia contra civiles. El llamado “safari humano” nunca fue masivo ni plenamente documentado; sin embargo, el simple hecho de que esta historia sea verosímil abre una conversación profunda sobre la relación entre turismo, violencia y psicología social.

Porque más allá del horror de la guerra, el caso Sarajevo expone una pregunta incómoda: ¿Qué ocurre cuando el turismo deja de ser encuentro y se convierte en espectáculo del sufrimiento ajeno?

Lo inquietante no es solo lo que pasó, sino lo que nos revela sobre quienes viajan, quienes miran y quienes consumen ciertas experiencias como si fueran parte del paisaje.

El turismo también fabrica miradas

El turismo no solo mueve personas: mueve imaginarios. Construye y reproduce formas de ver el mundo. La sociología del turismo, especialmente la obra de John Urry, ha explicado que los turistas no viajan para ver “cosas”, sino para confirmar imágenes que ya traen en su mente (Urry, 1990; Urry & Larsen, 2011).

Esa “mirada turística” organiza la realidad de destino y define qué merece ser observado: lo exótico, lo marginal, lo peligroso, lo auténtico, lo prohibido.

Cuando esos imaginarios se combinan con desigualdad y violencia, aparece un territorio gris donde el viajero puede llegar a consumir realidades dolorosas como si fueran parte de un paquete turístico.

El “safari humano” es la expresión límite de esta lógica, pero no su origen.

Sarajevo: la guerra como escenario

Durante el asedio, la ciudad vivió una violencia cotidiana que dejó miles de muertos y convirtió espacios públicos en zonas de tiro. En ese contexto, la supuesta presencia de viajeros que pagaban por observar francotiradores tiene menos que ver con la cantidad de casos documentados y más con lo que revela:

  • Una profunda deshumanización del otro.
  • La desigualdad absoluta entre quien puede moverse y quien está atrapado.
  • La fascinación humana por las experiencias límite.

La politóloga Debbie Lisle (2006) explica que los viajes pueden reproducir discursos geopolíticos sobre riesgo y poder. Sarajevo muestra esa geopolítica desnuda: el visitante como espectador protegido y el local como cuerpo vulnerable.

Psicología humana: ¿por qué nos atrae lo oscuro?

La creciente popularidad del turismo oscuro confirma que existe interés por experiencias emocionales intensas, incluso relacionadas con la muerte o la tragedia (Stone, 2006).

Tres pulsiones psicológicas explican este fenómeno:

1. Suspensión moral del viaje

Cuando viajamos, estamos “fuera de nuestro mundo”. Esa sensación de desligarnos de las normas abre la puerta a conductas que jamás consideraríamos en casa.

2. Curiosidad por lo prohibido

La mente humana busca comprender el peligro sin exponerse a él. La guerra y la violencia generan una atracción similar a la que sentimos por los accidentes o las noticias trágicas.

3. Distancia emocional

Ver el sufrimiento a través de una cámara, una ventana o la protección simbólica del turismo permite consumir la violencia sin sentir responsabilidad.

En Sarajevo, esa distancia se volvió abismo.

De Bosnia a México: el peligro como atractivo turístico

México, aunque sin un conflicto armado como el de los Balcanes, ha normalizado el peligro y la violencia en ciertas regiones. Esa normalización ha permitido que surjan prácticas turísticas que, aunque menos extremas que el caso Sarajevo, comparten la misma lógica: consumir la vulnerabilidad ajena como experiencia.

Ejemplos:

Narco-tour

Recorridos por casas de capos, calles de balaceras, zonas de ejecución o “territorios del narco”. Existen versiones formales y muchas informales en Culiacán, Tijuana, Tepito y la Ciudad de México.

Turismo de periferias

Recorridos en barrios estigmatizados donde la pobreza, la violencia y la marginalidad se convierten en “atracción sociológica”.

Se venden como experiencias culturales “duras”, pero la frontera entre aprendizaje y morbo es delgada.

Turismo de tragedias

Sitios relacionados con masacres, feminicidios, explosiones o desapariciones. Algunos buscan memoria; otros, solo curiosidad.

La diferencia con Sarajevo es una: institucionalidad y escala.

La lógica de fondo, sin embargo, es similar: observar lo vulnerable desde la comodidad de quien puede marcharse al finalizar el recorrido.

Lo que el caso Sarajevo nos obliga a pensar hoy

El fenómeno revela tres tensiones que el sector turístico debe asumir con responsabilidad:

1. El turismo no es moralmente neutro

La forma en que miramos a los destinos reproduce jerarquías sociales. Convertir barrios peligrosos en espectáculo o guerras en anécdota turística es una expresión de desigualdad.

2. La violencia puede transformarse en paisaje

Cuando una sociedad vive en crisis constante, el dolor puede normalizarse y volverse parte de la experiencia turística.

3. Los turistas son más complejos de lo que la industria reconoce

La psicología del viajero importa. Hay motivaciones que no siempre son éticas: morbo, sensación de peligro, emoción extrema, poder sobre el otro.

¿Qué podemos hacer desde el turismo?

No se trata de evitar los lugares difíciles: la memoria histórica también es una forma legítima de viajar.

Pero sí se requiere:

  • Evitar la exotización del dolor.
  • Diseñar narrativas responsables.
  • Capacitar a guías y operadores en ética turística.
  • Promover experiencias que dignifiquen, no que exploten.
  • Diferenciar entre pedagogía del horror y consumo del horror.

El turismo tiene potencial para generar reflexión social, siempre que coloque la dignidad humana al centro.

Conclusión

El “safari humano” de Sarajevo no es solo un capítulo oscuro de la guerra: es un espejo que nos obliga a preguntarnos qué tipo de turismo estamos construyendo y qué tipo de turistas queremos formar.

Porque cuando el viaje se vuelve espectáculo de la vulnerabilidad, ya no hablamos de ocio ni de aprendizaje, sino de un reflejo inquietante de nuestras pulsiones más profundas.

Referencias

  • Bauman, Z. (2007). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
  • Edensor, T. (2001). Performing tourism, staging tourism: (Re)producing tourist space and practice. Tourist Studies, 1(1), 59–81. https://doi.org/10.1177/146879760100100104
  • Foucault, M. (1976). Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber. Siglo XXI.
  • Lisle, D. (2006). The global politics of contemporary travel writing. Cambridge University Press.
  • Sheller, M., & Urry, J. (2006). The new mobilities paradigm.
  • Environment and Planning A, 38(2), 207–226. https://doi.org/10.1068/a37268
  • Stone, P. R. (2006). A dark tourism spectrum: Towards a typology of death and macabre-related tourist sites, attractions, and exhibitions.
  • Tourism: An Interdisciplinary Journal, 54(2), 145–160.
  • Urry, J. (1990). The tourist gaze: Leisure and travel in contemporary societies. Sage.
  • Urry, J., & Larsen, J. (2011). The tourist gaze 3.0. Sage.
  • Por PattyB0YY – File:Sarajevo_Siege_Crashed_Bullet_Holed_Car.jpgFile:United_Nations_peacekeepers_in_Sarajevo,_1996.JPEGFile:Sarajevo_may_1996.pngFile:Evstafiev-sarajevo-building-burns.jpgFile:Bombing_republika_srpska.jpgFile:Evstafiev-bosnia-serbs-boy-gun-to-head.jpg, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=114518164
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Por Ulises Zaragoza

🇲🇽 Profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Doctorante en Ciencias Sociales con enfoque en historia del turismo y políticas públicas. Ha coordinado proyectos de desarrollo turístico y cultural orientados a la valorización del patrimonio tamaulipeco mediante investigación aplicada e innovación territorial.

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