Theobald vs. Davidson: las dos corrientes que debaten si el turismo es o no una industria

Toda disciplina madura llega, inevitablemente, a un punto donde debe mirarse al espejo y preguntarse qué es realmente. El turismo no ha sido la excepción. Durante décadas ha generado riqueza, empleo y desarrollo territorial, pero también ha provocado una discusión teórica persistente: ¿debemos entenderlo como una industria o como algo distinto?

En el centro de ese debate emergen dos corrientes que, aunque no siempre dialogan entre sí, han marcado profundamente la forma en que hoy enseñamos, planificamos y gestionamos el turismo. Sus principales referentes son William F. Theobald y Thomas Lea Davidson. Dos miradas distintas. Dos formas de interpretar un mismo fenómeno.

William F. Theobald representa la postura que podríamos llamar pro-industrial. Para él, el turismo puede y debe analizarse como una industria moderna, aunque no se ajuste al molde clásico de la manufactura. Su argumento central es sencillo, pero poderoso: si una actividad organiza procesos productivos, moviliza capital, genera empleo sistemático, produce valor económico y se integra a cadenas globales, entonces cumple funciones industriales, aunque su producto sea intangible.

Desde esta visión, el turismo no es una actividad espontánea ni meramente social. Es una estructura organizada que requiere planificación, inversión, estándares de calidad, tecnología y gestión estratégica. Theobald entiende el turismo como un sistema productivo complejo, donde la experiencia del visitante es el resultado final de múltiples procesos coordinados. Para él, negar el carácter industrial del turismo es subestimar su impacto real y limitar su comprensión económica.

Esta postura ha influido enormemente en la forma en que muchos países diseñan sus políticas turísticas. Tratar el turismo como industria implica regularlo, medirlo, invertirlo y protegerlo con la misma seriedad que otros sectores productivos. En ese sentido, la visión de Theobald ha servido para legitimar al turismo dentro de los debates económicos tradicionales.

En el extremo opuesto del espectro teórico se encuentra Thomas Lea Davidson, cuya postura cuestiona precisamente esa equiparación. Davidson no niega la importancia económica del turismo, pero rechaza la idea de clasificarlo como industria. Para él, hacerlo es un error conceptual que confunde naturaleza con resultado. El turismo, sostiene, no produce bienes, no transforma materias primas y no puede separarse del contexto social y cultural donde ocurre.

Desde esta mirada, el turismo es ante todo un fenómeno social y territorial, una actividad de servicios profundamente dependiente de las relaciones humanas, de la autenticidad cultural y de la interacción entre visitantes y comunidades anfitrionas. Davidson advierte que llamarlo industria puede conducir a una visión excesivamente economicista, donde la rentabilidad se impone sobre la sostenibilidad, la cultura y el bienestar local.

Su aporte ha sido clave para el desarrollo de enfoques más críticos del turismo, especialmente en temas de impacto sociocultural, identidad y ética. Davidson nos recuerda que el turismo no existe en el vacío: se inserta en comunidades reales, con historias, límites y sensibilidades. Desde su perspectiva, reducirlo a una industria puede invisibilizar esas dimensiones.

Lo interesante es que ambas posturas no son necesariamente incompatibles, aunque durante años se hayan presentado como opuestas. Theobald ayuda a entender cómo funciona el turismo desde una lógica productiva; Davidson nos obliga a preguntarnos qué implica ese funcionamiento para las personas y los territorios. Uno aporta estructura; el otro, conciencia.

En la comprensión moderna del turismo, estas dos corrientes siguen influyendo de manera silenciosa. Cuando hablamos de competitividad, inversión y crecimiento, solemos acercarnos a Theobald. Cuando discutimos sostenibilidad, identidad cultural o límites del desarrollo, Davidson vuelve a aparecer. Como docente, he comprobado que los estudiantes entienden mejor el turismo cuando conocen ambas miradas y aprenden a tensionarlas, no a elegir una de forma absoluta.

Tal vez el verdadero error no sea preguntarnos si el turismo es o no una industria, sino pretender una respuesta única. El turismo opera con lógicas industriales, pero vive en contextos sociales. Produce valor económico, pero también transforma culturas y territorios. Ignorar cualquiera de estas dimensiones empobrece el análisis.

El debate entre Theobald y Davidson no está cerrado, ni debería estarlo. Al contrario, sigue siendo una de las discusiones más fértiles del pensamiento turístico. Nos obliga a pensar, a matizar, a no simplificar. Y, sobre todo, nos recuerda que el turismo es demasiado complejo para encerrarlo en una sola etiqueta.

Julio César Silva: 🇩🇴 Profesor del Técnico Profesional en Servicios Turísticos en República Dominicana. Máster en Dirección y Consultoría Turística con especialidad en Turismo Sostenible. Coordinador del área de Hotelería y Turismo en el Politécnico María de la Altagracia (POMAVID) y enlace de pasantías académicas con el sector turístico. Autor de artículos de análisis turístico contemporáneo.
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