Panamá es uno de los únicos tres países en el mundo con balance de carbono negativo, resguardando el 25 % de su territorio bajo políticas de protección ambiental, lo que garantiza que su biodiversidad y paisajes permanezcan intactos para las futuras generaciones.
Este país centroamericano ha logrado destacar a nivel global gracias a políticas ambientales pioneras, que resguardan su patrimonio natural y lo convierten en ejemplo de turismo responsable.
La observación de aves es uno de los tesoros más sorprendentes de Panamá: alberga más de 1,000 especies registradas, incluidas 107 endémicas, lo que representa el 10 % de todas las especies conocidas en el planeta. Esto significa que cuenta con más diversidad aviar que Estados Unidos y Canadá juntos y, además, se ubica dentro de los cinco corredores migratorios más importantes del mundo. Su prestigio quedó demostrado en el Global Big Day 2025, donde Panamá alcanzó la posición número 7 a nivel mundial al registrar 771 especies en un solo día, un hito respaldado por la plataforma científica eBird del Laboratorio de Ornitología de Cornell. Lugares como el Parque Natural Metropolitano —la única selva tropical dentro de una capital en todo el continente— o el Parque Nacional Soberanía son paradas obligadas para los amantes de la naturaleza.
En los mares, la experiencia no es menos extraordinaria. Con 50 % de sus aguas bajo protección oficial, Panamá es hogar de las majestuosas ballenas jorobadas que llegan desde ambos hemisferios. De julio a octubre y de enero a marzo, los visitantes pueden maravillarse con su avistamiento en lugares como las Islas de las Perlas, Taboga, Pedasí, Coiba —declarado Patrimonio Marino de la Humanidad por la UNESCO— y el Golfo de Chiriquí. Además, el país fue pionero en establecer protocolos de observación basados en la investigación del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, lo que garantiza encuentros seguros y responsables.
Pero quizá uno de los espectáculos más conmovedores ocurra en las playas: el desove de tortugas marinas. Panamá es uno de los pocos países donde anidan cinco de las siete especies existentes en el planeta, todas clasificadas como vulnerables o en peligro según el World Wildlife Fund. Más de 200 playas han sido designadas como sitios de anidación protegidos, y diversas organizaciones y comunidades locales, como la Eco Ruta de la Tortuga en Mata Oscura, participan activamente en programas de conservación y educación ambiental.
La experiencia se divide en dos temporadas que reflejan la riqueza biooceánica de Panamá. Entre marzo y agosto, en la costa caribeña, sitios como Bluff Beach en Isla Colón y el Parque Nacional Marino Isla Bastimentos son resguardados por comunidades locales e indígenas Ngäbe-Buglé, que patrullan y monitorean la llegada de tortugas carey y laúd. De septiembre a noviembre, la costa pacífica ofrece un espectáculo natural único: las arribadas, cuando miles de tortugas golfina llegan al mismo tiempo a playas como Isla Cañas y La Marinera, en Los Santos. Solo en once playas del mundo ocurre este fenómeno, y en Panamá se ha convertido en un atractivo de turismo comunitario sustentable, impulsado por la red SOSTUR, que permite a los viajeros acompañar a guías locales en caminatas nocturnas y aprender de cerca sobre la biología y conservación de estas especies.
Con dos océanos, selvas tropicales, montañas de neblina y una herencia cultural viva, Panamá se presenta como un destino integral donde cada experiencia está impregnada de naturaleza y sostenibilidad. Un lugar donde las cifras no solo hablan de biodiversidad, sino de un compromiso real con la preservación del planeta.