¿Y si empezáramos a medir al visitante por el valor que pueda aportar y no únicamente por el dinero que deja? Pero, claro, ¿quién está capacitado para determinar algo así?
Hace unos días regresé a la isla en la que nací tras seis años de ausencia y el cambio fue inmediato y abrumador: tráfico inaudito, sensación constante de saturación y una masificación que, salvando las distancias, recordaba por momentos a Bali. Las cifras lo confirman: para 2026 se estima que el archipiélago canario supere los veinte millones de turistas. De hecho, según varios medios españoles, Canarias recibió hasta octubre 12,8 millones de visitantes extranjeros, un 3,7 % más que en 2024.
No se trata solo de números, sino de cómo se distribuyen y del impacto que generan. Cuando viví en Francia durante tres años y descubrí que las vacaciones escolares se organizan de forma escalonada ―zonas A, B y C― por regiones, pensé que era una medida sorprendentemente sensata. ¿Por qué no adoptar un sistema similar en países desbordados por el turismo masivo? España, sin duda, entra en esa lista. Claro que provocaría polémica, pero si seguimos posponiendo cambios, quizá sea demasiado tarde cuando los ecosistemas, la convivencia vecinal o la identidad de ciertos lugares se vean seriamente dañados.
En Francia, es el Ministerio de Educación quien fija el calendario vacacional tras un consenso previo con asociaciones de padres, la Secretaría de Estado de Turismo y la Seguridad Vial. Lejos de parecer una excentricidad, la medida responde a una visión integral del turismo y beneficia directamente a la población local, al repartir mejor los flujos internos a lo largo del año. Sin embargo, en países como Francia o España, donde el peso del turismo internacional es enorme, este tipo de organización debería ir acompañada de medidas similares que ayuden a ordenar también la llegada de visitantes extranjeros, hoy claramente desbordada en determinados territorios. Al fin y al cabo, parece que también hay que educar a algunos visitantes, y ahí reside, en parte, el verdadero valor de quien visita.
Este sistema se adoptó en los años sesenta para dinamizar la economía nacional a lo largo del año. No es casualidad que Francia siga siendo el país más visitado del mundo. México ocupa actualmente el séptimo puesto y España, el segundo. Todos comparten el mismo reto: gestionar el éxito sin morir de él.
En el caso de mi país, echo en falta medidas valientes por parte del Ministerio de Industria y Turismo. Y me asalta una duda incómoda: ¿falta personal cualificado o, peor aún, falta voluntad real para tomar decisiones necesarias e inteligentes?

