«China abre sus puertas: 74 nacionalidades podrán entrar sin visado». Con esta medida, que permite estancias de hasta treinta días, el país busca reactivar el turismo, impulsar su economía y mostrarse de nuevo ante el mundo. Con mil cuatrocientos millones de habitantes, China no deja indiferente: es una tierra de contrastes donde lo ancestral convive con lo ultramoderno.
Tras casi un año residiendo en China, permítanme promocionar ―sin dejarme llevar por sentimentalismos― y de la forma más objetiva posible, un país que sigue siendo un gran desconocido para muchos. Su vasta extensión alberga una diversidad impresionante: desde imponentes rascacielos hasta montañas que inspiraron la película Avatar.
A continuación, recomendaré algunos de los lugares más emblemáticos que merece la pena descubrir, así como detalles prácticos que conviene conocer antes de viajar al gigante asiático.
No es imprescindible empezar por la capital, pero sí creo que es una parada obligatoria. Pekín concentra muchos de los escenarios más icónicos del país, como la Gran Muralla, una de las siete maravillas del mundo. Destaca por su autenticidad y, quizá, por ser la ciudad con más controles de seguridad del país. Entre sus joyas se encuentran la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano, los templos de Lama, Confucio y del Cielo, y los famosos hutongs, entre otros.
Shanghái, en cambio, es una ciudad más cosmopolita y occidentalizada, aunque conserva sus templos y monumentos históricos. Un atardecer en el Bund deja sin palabras. Cerca de esta gran metrópolis se encuentra Nanjing, una ciudad que suele quedar fuera de los recorridos más habituales, pero que alberga uno de los tres museos más importantes de China, además del sobrecogedor Memorial de la masacre de Nanjing, que ―sin duda― ha sido una de las experiencias que más me ha impactado hasta ahora.
Adentrándonos en el interior del país, encontramos Changshá y su Isla de la Naranja, rodeada por el río Xiang. Muy cerca se halla Zhangjiajie: naturaleza en estado puro, con las montañas que inspiraron Avatar, puentes de cristal, teleféricos vertiginosos y paisajes que parecen de otro mundo.
Unos kilómetros más al oeste llegamos a Chongqing, posiblemente la ciudad china más viral de TikTok por sus desniveles imposibles y su infraestructura. Curiosamente, fue en esta urbe tan caótica donde encontré el templo más sereno y con las mejores vistas de todo el país.
Si seguimos en dirección oeste, aterrizamos en Chengdu, que ―hasta ahora― me atrevo a decir que es mi ciudad china preferida. Desprende un encanto especial y alberga el centro de conservación de pandas más importante del país.
Xi’an y sus guerreros de terracota son, sin duda, un reclamo turístico imprescindible. Solo un consejo: no cometan el mismo error que yo, y eviten visitarla en fechas señaladas para huir de las grandes aglomeraciones.
Por último, llegamos a Ningxia, la provincia más pequeña de la China milenaria donde he vivido en los últimos meses. A menudo pasa desapercibida, pero su vino ha sido premiado en certámenes internacionales y su té ―entre otras cosas― es excelente. Además, podemos disfrutar de Zhenbeipu (o Zhenbeibao), el “viejo oeste”: un estudio de cine y uno de los escenarios más utilizados en películas y series nacionales. Desiertos con camellos incluidos y cientos de lagos coexisten en esta región tan inesperada como fascinante.
China es tradición y modernidad, es eficiencia y hospitalidad. A mí me ha cambiado la vida y, sin duda, volveré a reencontrarme con su cultura, con su gente… y conmigo misma.