Bali: un viaje entre el paraíso y el caos

"Pura Ulun Danu Batur", un templo hindú balinés ubicado en la isla de Bali. / Foto de Katarzyna Zygnerska en Unsplash

¿Sabían que Indonesia es el cuarto país más poblado del mundo y que Bali es solo una de las más de diecisiete mil islas que lo componen? Cada vez son más las personas que eligen este destino ―con algo más de cuatro millones de habitantes―, ya sea para pasar unas vacaciones o para quedarse a vivir por tiempo indefinido.

Hace poco pasé unos días en la isla que tantos influencers han puesto de moda. Confieso que al principio era escéptica: suelo huir de lo convencional, lo masificado y lo típico. Sin embargo, tras esta experiencia, puedo compartir mi percepción de primera mano.

Después de más de un día de viaje entre aviones y escalas, llegué a Kuta, donde me alojé al principio. Si buscan evitar aglomeraciones y bullicio, les recomiendo saltarse esta zona: personalmente no volvería a pisarla. En cambio, visitar Denpasar me pareció todo un acierto. Aunque suele ser una capital infravalorada y rara vez recomendada por locales y viajeros, merece la pena dedicarle unas horas.

La experiencia dio un giro al trasladarme a Ubud, donde pasé otros cinco días. Aunque también es muy turístico, allí sí es posible encontrar paz en medio del caos. Me hospedé en la mejor villa que he visto en mi vida ―gracias a Olivar Homes― y la recomiendo sin dudar.

«En Ubud es posible encontrar paz en medio del caos» – María Cobo

Bali es, en realidad, un contraste permanente. Por un lado, deslumbra con sus paisajes de ensueño: playas únicas, arrozales infinitos, atardeceres mágicos en enclaves privilegiados… Pero, por otro, sorprende con una parte urbana, caótica y saturada de motos. Cruzar una calle puede convertirse en una hazaña y recorrer veinte kilómetros puede llevar hasta dos horas. Los más de veinte mil templos de la isla aparecen repartidos por todas estas partes y tienen normas muy estrictas: hay que llevar sarong para entrar, no se permite el acceso durante las ceremonias ni si se está menstruando.

También llaman la atención las incontables ofrendas que los balineses colocan cada día en la entrada de templos o establecimientos. Contienen flores, arroz, galletas o cualquier elemento que consideren apropiado. Es importante no pisarlas por respeto. Las venden en la calle o se pueden elaborar en casa, y son parte esencial de la espiritualidad de la isla. Tampoco pasan desapercibidos los numerosos puestos de souvenirs, donde regatear es lo habitual. Para comer, nada como los warungs: pequeños locales donde probar auténtica y deliciosa comida balinesa. Un detalle importante: no siempre aceptan tarjeta, así que conviene llevar efectivo (hay numerosos cajeros y casas de cambio en la isla).

Algo que me sorprendió gratamente fue el profundo sentido espiritual de los balineses. A pesar del turismo masivo, se esfuerzan por mantener vivas sus tradiciones y preservar la armonía entre personas, naturaleza y dioses. Esa devoción se percibe en los templos, en las ofrendas y en el respeto que muestran por sus rituales diarios. Es un recordatorio de que Bali no es solo un destino de playa, sino un lugar con identidad propia.

En definitiva, Bali ofrece un sinfín de experiencias para todos los gustos ―incluidos encuentros con los famosos y traviesos monos de Uluwatu―, pero hay que saber equilibrar el deseo de paz con la realidad del caos. ¿Volvería? Sí, aunque esta vez evitaría las zonas más masificadas y los meses de mayor afluencia turística. Porque, si algo he aprendido, es que el paraíso perfecto no existe… pero Bali se le acerca bastante.

María Cobo: 🇪🇸Diplomada en Turismo. Traductora y profesora de lenguas extranjeras en más de diez centros educativos (colegios, institutos, universidad y centros culturales) tanto en España como en el extranjero durante los diez últimos años. También escribo poesía, artículos y columnas con un poso de reflexión.
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