Mujer en la playa leyendo un libro

Cualquiera pensaría que ocio y trabajo son términos totalmente adversos, que uno está en contraposición al otro y que guardan nula relación.

Desde tiempos antiquísimos el ocio ha mostrado su particular existencia, y como toda presencia, esta conlleva procesos evolutivos. En sus primeros registros, el comportamiento del ocio se encontraba completamente aislado del trabajo, y fungía como un derecho de castas, privilegio marcado con extenuantes fiestas religiosas, periodos agrícolas, el clima mismo y hasta el tiempo libre dedicado al esparcimiento y cultivo de la mente humana, empero, esta acción dio paso palmariamente a una situación social desajustada, llevada a límites absurdos de presión laboral, de elitismo y moral impuesta, que más tarde se reflejan en los valores de los individuos y su pensamiento. Posteriormente, estos factores desencadenan una visión negativa del ocio que está basada en la productividad y la economía, por lo tanto el ocio es condenado ya que incita el consumo de formas desmedidas y da paso a comportamientos desviados (moralmente hablando) originados de la improductividad y la relajación.

Con la llegada de la revolución industrial, esta sociedad desajustada inició una modificación radical en cuanto a la productividad y el trabajo en el sentido literal de la palabra, puesto que aún existían desigualdades que desencadenaron luchas casi interminables por el goce de derechos y mejores condiciones laborales. Asimismo la concepción del ocio se reformó pasando de ser un privilegio de una minoría a una equidad a la que cualquier individuo tenía acceso, suscitada del aumento del tiempo libre gracias al innovador sistema de producción. Ídem, posibilitó al trabajador con conquistas laborales haciéndolo disponer de su tiempo fuera del trabajo como mejor le convenga.

El tiempo libre y el ocio llegaron con una corriente de fuerza que abrió paso al turismo, la democratización de diversiones y  el desarrollo de entretenimiento que inició concibiéndose en pequeños grupos sociales y de a poco fue ganando territorio hasta incursionar en el ámbito gubernamental llegando a ser igual de importante que la promoción de la salud y la educación.

El ocio y el trabajo no son términos contrapuestos, puesto que el primero no excluye al segundo, más bien, el trabajo es una condición para que el ocio mismo exista.

El trabajo condiciona las actividades del ocio, puesto que este influye en el tiempo destinado a las diversiones, la elección de las mismas, actividades que permitan al humano encontrarse a sí mismo, experimentar potencialidades reprimidas por el mundo laboral, explotar su capacidad creativa y recreativa.

Lamentablemente el tiempo de ocio no se ha concebido por la mayoría en un tiempo destinado a la mejora o cultivo humano, se ha trasformado en un producto más de la sociedad industrializada y globalizada que fomenta el consumismo ensimismado en la comercialización llegando a ofertar actividades de porte masivo volviendo al ocio, sujeto imperativo del consumo enajenante, sin buscar evolucionar plenamente la personalidad, promover la participación en la cultura, identidad o creatividad de cada ser.

Se debe entender que el trabajo ya no es el único marco de referencia del éxito social, sino la disposición del tiempo libre y el desarrollo del individuo a través del ocio.

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Por Martha Jhoana Ceballos Aguilar

🇲🇽 Me considero una persona con gusto por el aprendizaje continuo, la lectura, las artes y el deporte; he colaborado en hoteles en áreas administrativas, restaurantes y cafeterías en atención al cliente y operación, así mismo, en museos asistiendo al museógrafo o de guía; he tomado cursos de senderismo interpretativo y de manejo de grupos.

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